Otro sábado noche desperdiciado, me dije al despertar. Y eso que lo habíamos intentado hasta última hora. Nada. Ni Luis, ni yo mismo, habíamos tenido éxito y ya se nos acumulaban las ganas.
La noche había comenzado prometedoramente bien. En el restaurante, las chicas de la mesa de al lado, nos habían pedido el salero y eso dió pie a una conversación que se animó cuando ya los cuatro ocupábamos la misma mesa. Tomamos una primera copa en el mismo restaurante, y otra después en un pub de moda, más tarde ellas "confesaron" que tenían una cita y desaparecieron. Luis no estaba nada contento, aquellas niñatas nos habían hecho un agujero insalvable en el presupuesto de una noche que se acababa de inaugurar. Mucho blablabla, mucho jijiji, pero nada.... A la hora de la verdad, cuando la cosa empezaba a animarse, habían resultado ser dos estrechas que huían despavoridas.
Traté de quitar hierro al asunto. Busqué un cajero e intenté que la "cazería nocturna" se alargase. Más pubs , más disco, más copas, más intentos...
A eso de las seis, cuando por fin nos concienciamos de que la noche estaba ya perdida, regresamos a buscar el coche en el aparcamiento. Luis ya tenía la llave en la cerradura, cuando dos siluetas aparecieron volviendo la esquina bajo la farola.
-¡¡Coño Luis, las del restaurante!! - Y si, ahí llegaban. A mi amigo le cambió la cara. Nos saludaron y no hicieron intención de seguir su camino. Se notaba a la legua que su noche no había sido muy diferente de la nuestra. - A estas horas- me dijo Luis en un aparte - el bistec de las once se te antoja solomillo.
-Bah tomemos la penúltima - casi me rogó. Me negué. - Que ya sabes que a las doce tengo partido con la peña y habrá que dormir algo - Así que les dejé solos y me retiré caminando calle abajo, preguntándome si había tomado la decisión correcta. A cierta edad, uno comienza a creer que de verdad ningún cazatalentos deportivos estará esperándote en la grada y que sacrificios etílicos o pulmonares no merecen ya la pena. Pero yo me resistía a creerlo.
Llegué a casa veinte minutos después prescindiendo de taxis y buses. Desayuné. Me acosté un rato y a eso de las diez me levanté para ir al partido.
Otro sábado noche desperdiciado, me dije al despertar.
Perdimos el partido, como casi siempre. Regresé a casa prometiéndome disfrutar el siguiente finde a tope y prescindiendo de ñoñerías del tipo "tengo que cuidarme". Dejé la bolsa en la entrada, saludé a mis padres, que me esperaban con la mesa puesta en el salón y al dirigirme al baño, la sangre se me heló de repente. Me giré hacia la voz proveniente de la televisión. El presentador del telediario abría el informativo con el relato entusiasta de un hombre que mientras paseaba con su bici por el pinar, había encontrado al borde del camino los cuerpos desnudos de dos chicas jóvenes.
Las fotos de dos niñatas sonrientes, que aparecieron a continuación fue lo último que vi antes de desmayarme.