Se detúvo un instante, magnetizado frente al enorme ventanal. Se zambulló curioso a través del cristal inmaculado, en su interior. Se dejó mecer por el bullicio que emanaba de dentro, traspasando la puerta. Contempló a dos vástagos de las nuevas generaciones persiguiéndose a toda voz entre las mesas, en las que otros nenes engullían su "happy meal" con una mano, mientras con la otra hacían bailar sobre la mesa el juguetito de turno. Se giró a tiempo de que nadie descubriese su mirada nublada.
Al llegar a casa, no necesitó explicar que en las dos entrevistas de trabajo que había realizado por la mañana, sólo había obtenido buenas palabras, con sabor acre a esperanza, que su cerebro estomacal traducía con un "aquí no hay nada que rascar". Ella no dijo nada. Leyó en sus ojos y le besó en la mejilla.
Después se introdujo en la cocina. Abrió el frigorífico, del que colgaba bajo un imán un calendario del mismo banco que , hoy, por tercera vez, enviaba una carta solicitando el pago de los cuatro plazos de hipoteca vencidos. No pudo evitar una lágrima al comprobar, remarcada en rojo, con trazo infantil, la casilla correspondiente al sábado 21. "cumpleaños de Samuel". Le habían prometido celebrar sus recién estrenados seis años en el "Mcdonalds".
...Pero ya sabía que este año, tampoco iba a ser.