02 de Enero, 2009
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Con Zeta |
Tenía una melena zahína. Los ojos azabache, se diría que podría ser zíngara o zegrí a juzgar por su piel. Llevaba una zamarra a rayas blancas y negras, como una zebra, con el zíper abierto, ondeando a cada zancada. Me Hipnotizó el zip zap de sus zapatos zancudos de "zara" sobre el suelo de pizarra, moviendo en zigzag un pie tras otro. -Me llamo Zoe - dijo. Zigomorfa a la perfección. Llamativa como una zinnia y con su mismo aroma. Y yo con estas trazas zarrapastrosas, que hoy no salía de caza. Ni zapatillas guays, ni cazadora , ni ZZR en la acera. No nos entendimos. Como un zelandés y un zendal. Todo lo que decía me sonaba a zendo. Atenazé su presencia, aferrado a la taza. Dirigiendo el zepelín al zigurat de su corazón. Maldiciendome por no ser capaz de crear un zéjel en condiciones. Ella permaneció en la ziganda. Cómo si no comprendiese. Quise que fuese la enzima de este metabolismo cojo, la levadura de mi ázimo ánimo, el zircón de mi existencia. Me miró a los ojos, fue el zenit. De pronto se levantó. Alzó su realeza. No fue un zipizape. No hubo opción. Escupió dos palabras a modo de excusa como una zincuate. Y salió de mi vida. Zeta. |
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publicado por
sospechoso a las 21:12 · 2 Comentarios
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Pues que sepas que aqui las Zetas las pasamos por Setas y en vez de irnos de caZa nos vamos de caSa, claro que unos antes que otros... por cierto lo de la ZZR es un poco altigua, no?
Quiero morder tu carne, salada y fuerte, empezar por tus brazos hermosos como ramas de ceibo, seguir por ese pecho con el que sueñan mis sueños ese pecho-cueva donde se esconde mi cabeza hurgando la ternura, ese pecho que suena a tambores y vida continuada. Quedarme allí un rato largo enredando mis manos en ese bosquecito de arbustos que te crece suave y negro bajo mi piel desnuda seguir después hacia tu ombligo hacia ese centro donde te empieza el cosquilleo, irte besando, mordiendo, hasta llegar allí a ese lugarcito -apretado y secreto- que se alegra ante mi presencia que se adelanta a recibirme y viene a mí en toda su dureza de macho enardecido. Bajar luego a tus piernas firmes como tus convicciones guerrilleras, esas piernas donde tu estatura se asienta con las que vienes a mí con las que me sostienes, las que enredas en la noche entre las mías blandas y femeninas. Besar tus pies, amor, que tanto tienen aun que recorrer sin mí y volver a escalarte hasta apretar tu boca con la mía, hasta llenarme toda de tu saliva y tu aliento hasta que entres en mí con la fuerza de la marea y me invadas con tu ir y venir de mar furioso y quedemos los dos tendidos y sudados en la arena de las sábanas.
Utilizala como sepas.
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