Aún estoy recolocando el cuerpo. Pellizcándome. No quepo en la camiseta, por supuesto roja. El domingo, el bar se quedaba pequeño. Tenía el presentimiento de que podía ser. De que algunos sueños se cumplen. Así que secuestré a mi enano de siete años y nos fuimos a verlo en una pantalla gigante. Pintados, enrojecidos y abanderados. A dejarnos la garganta, a regarnos con el camión de los bomberos a sufrir juntos hasta el pitido final.
El juego. El bueno. Se acabó imponiendo. Los holandeses, que aseguraban que serían ellos mismos, recularon a las primeras de cambio. Nos jugaron como todos. Encerrados atrás y a esperar el contragolpe. Con la diferencia de que estos matones de naranja harían sonrojarse a Cruyff, a Van Basten, Gullit, Rjakard, Davis y un largo etcétera de jugones. No se defendieron con señorío, como los alemanes. Tiraron de la frase "ganar, cueste lo que cueste" y casi lo consiguen.
Y llegó la prórroga. Y cruzamos los dedos y me como a besos al nene que está ilusionado. Que se pone de pie en la baranda con la bandera en alto y se me deja la garganta en cada cántico. Y aunque había nervios, que estaba más que claro que el que acertase primero se lo llevaba, sobrellevamos la primera parte del añadido. Más agua. Otro cigarro. Más besos. Y el tiempo que se va.
Y aparece Iniesta que, a la tercera eligió el disparo. Con la pierna armada de fe y el alma en el empeine. Y se me escapa el corazón, persiguiendo el aire de mis pulmones mientras aún dibuja un enorme "gooooooolll".Y tengo que taparme con mi bandera para que mi hijo, que no lleva cuarenta años esperando este momento, no me vea llorar. Y cuando con la vista nublada me descubro al fin, me le encuentro llorando...
...a él.
Y le abrazo fuerte, fuerte, fuerte. Porque es entonces, sólo entonces, cuando comprendo que éste momento que acabamos de vivir juntos estará en su memoria. Siempre. Siempre. Y me alegro.Y me alegro. Y sigue creciendo la alegría, porque es real. Somos CAMPEONES. Campeones del mundo. Todos. Así que, esperamos a la copa, para saltar y gritar y llenar los oídos de voces y pitidos y silbatos y trompetillas. Y recrear las pupilas veladas en una marea roja infinita, de la mano, mientras vamos a por el coche. Y le sacamos la capota y nos sumamos a la fiesta de los claxon, de las sonrisas, de los cánticos.
Nos hacía falta ganar. Este puñado de regiones, por fin, es un país. Aunque sea un espejismo. Más banderas que balcones de Barcelona a Málaga de Bilbao a Cádiz de Vigo a Murcia... Estos muchachos han logrado más en este mes que la política en años. Con trabajo, con la humildad como dogma, con gestos como el de Iniesta al marcar el gol. Con humanidad como Iker, el santo más carnal, con un beso del pueblo, al regreso de la batalla contra los holandeses, al más puro estilo USA de la famosa foto. Con Del Bosque. Un tipo imperturbable, ambizurdo él, manejando a los chicos para que nadie sea más que nadie, para no ser una selección, sino un equipo. Enorme España.
Y volvemos a casita, rodeando, sin prisas, echando leña al fuego de la algarabía, de los corazones desatados, de la alegría desbordada.Y en al ascensor se me queda mirando y me suelta "somos campeones papá. Te quiero".
Y tengo que abrazarle otra vez, que hoy ando con el grifo flojo.