Adios.
No dijo más. Sonó a punto y final y en sus ojos no se leía otra cosa. La vi salir de mi vida. Cerrando cuidadosamente la puerta, hasta que apagó por completo la luz del descansillo, que se filtraba por el umbral. Hasta dejarme a oscuras. De pie, en medio del pasillo Me sentí dolido. Confundido al principio. Pero enseguida el dolor se apoderó de mi. Conseguí sentarme unos minutos más tarde. El tiempo en que tu consciencia se hace a la nueva realidad, como los ojos a la oscuridad.
Se ha ido.
No es fácil luchar contra sus razones y creeme que lo intenté. Desde aquella primera vez hace más de diez años. Era sábado y Jugaban el Real madrid y el Atlético, mi equipo de siempre. Quedé en ir a ver el partido a su casa... pero no pude. Aunque habitualmente no trabajaba los sábados por la tarde, ese día si. Me perdí la primera parte haciendo una instalación en un pueblo, y toda la segunda y parte del programa posterior, trabajando en otro pueblo, a sesenta kilómetros. Para cunado llegué a su casa ya era demasiado tarde. “No me engañes –dijo- Has estado viendo el partido con tus amigos”. Así que subimos al coche y nos acercamos al domicilio de la última instalación. Llamé a la puerta. Sería la una de la madrugada, pero en ese momento me daba exactamente igual. Cuando el cliente abrió la puerta, le hice explicar desde qué hora y hasta qué hora estuve en su casa.
Entonces aún tenía la fuerza que hoy me desasiste. Desde entonces, hasta ayer, he salido muchas veces persiguiendo “las pruebas”, cuando mi palabra no era suficiente. Hoy me siento cansado.
Compró el test de embarazo, un viernes y se presentó con él de la mano, ya fuera de la caja. Leyó las instrucciones dos veces y se metió en el cuarto de baño. “hay que esperar cinco minutos- dijo-“. Pero no fuimos capaces. Antes del primer minuto ya se insinuaban las dos líneas rosas. Confirmado. No hace aún dos semanas, y hoy se leía adios en sus ojos y el aire aún repite sus palabras, como el estribillo de una canción. “no te creo Carlos, no te creo”.
Explicar entonces que es la mujer que quiero, multiplicar las ocasiones en que prometí decir “me he cansado de amarte” el día que eso llegara a ocurrir. Regalar lo que y cuando me apetezca, acosarla a besos, mendigarlos al final, vivir su apatía y padecerla con ella, todo, no ha servido de nada. "No te quiero" me sonaría mejor. Lo comprendería más. "Ya no te quiero" podría llegar a comprenderlo. De alguna forma situaría cada pieza en su sitio. Los silencios, los largos hoy no me apetece. Los fines de semana solos en casa. Los dos. Sólo más sola. Los besos esquivados, los de compromiso, el olvido de las responsabilidades, la inapetencia de mi, el olvido a secas. Los buenas noches forzados, las preguntas, sus brazos huyendo de mis caricias furtivas, mis manos sujetando un cigarro por no saber donde posarse, por no saber donde ir cuando su cuerpo me hace un quiebro imposible, otro más. “no se que me pasa” decía. Y se acabó la conversación. Las noches de dormir con la pregunta en la boca, de dejar morir las palabras, solo escribieron cada letra del adios que hoy resuena aún en el salón.
Ya no te quiero podría comprenderlo. No te creo, no.
